viernes, 10 de diciembre de 2010

Diario de Aya - Parte IV [2/3] : "YA NO PUEDO CANTAR"

Acontecimientos otoñales

El Festival del Internado. Mi madre y mis hermanas vinieron. Mi madre dijo que lloró cuando vio bailar a I-sensei en el escenario. “¿Por qué?”, le pregunté.
“Quizá porque parecía que se estaba esforzando mucho. En un instituto normal, solo los alumnos actúan, ¿no? Me conmovió que un profesor actuara con gran seriedad junto a los alumnos. Creo que por eso lloré. También me gustó ese chico que interpretaba a un mono y que caminaba por el escenario como si fuera alguien que sufría de parálisis cerebral. Pero en realidad, él no podía caminar de otro modo. Quizá porque era el papel perfecto para él, la gente se reía. Eso me hizo llorar aun más”. Me sorprendió descubrir que yo he heredado la parte llorona de mi madre. “Pero mamá”, le respondí, “en abril, cuando vi a S-chan caerse y reírse, pensé que era una super mujer. Yo me preguntaba si yo algún día podría ser tan fuerte. En aquella época yo podía reírme cuando me caía. Yo creo que se estaban riendo más del disfraz que llevaba el chico que interpretaba a un mono que de su forma de caminar”.

El Festival Deportivo. Jamás imaginé que un colegio para discapacitados tendría un festival deportivo. Me preguntaba cómo los alumnos desfilarían cuando ni siquiera podían caminar… (Había olvidado por completo que algunos pueden caminar y que también hay sillas de ruedas). Se respiraba un ambiente de cooperación, de deseo de ayudarse los unos a los otros y de hacer cosas que, en realidad, no se pueden.
Los estudiantes en buena forma bailaron. Cuando fue el turno de que cayeran las hojas de los árboles, ¡me equivoqué de grupo y las dejé caer! Sin embargo, bailé todo lo bien que pude, como una mariposa (al menos en mi corazón…). Como todos somos casos graves, pensé que era imposible que realizáramos
una buena actuación. Pero me sorprendió cuando vi el video en la biblioteca.
¡Qué magnífico show hicimos! Podemos hacerlo si lo intentamos.
Me quedo con el recuerdo del cielo azul mientras estaba bailando. Creo que la mayor diferencia que hay entre el festival de Higashi y el de aquí es que yo he pasado de ser una espectadora a ser una actriz. Y he cambiado de opinión: ahora me he dado cuenta de que si me esfuerzo lo suficiente puedo hacer cosas
que jamás pensé que podría por mi condición.
Los profesores me animaron. Me decían cosas como, “Aya, ¡si lo intentas, puedes! La actuación será fantástica” y “¡El baile ha mejorado gracias a que se te han caído las hojas!”
Yamamoto-sensei me dijo algo similar: “Aya-chan, creo que algo en tu mente ha empezado a cambiar porque te has dado cuenta de que eres alguien que pertenece aquí”.
Suzuki-sensei ha regresado de su prolongado curso de formación. Me ha contado que ha estado estudiando mientras cuidaba de niños con discapacidades físicas graves. “Algunos tienen diez años, pero su edad mental
sigue siendo la de un bebé de un año, así que no responden a ningún estímulo.
Se llevan todo a la boca, ya sea una piedra o barro… Cuando veía a esos niños, me daba cuenta de que tiene que haber una orientación adecuada para los bebés. Tenemos que hacer esfuerzos infinitos y desarrollar buenas técnicas para que cada bebé sea un caso individual. Todos nos esforzamos. Los que tienen minusvalías físicas, los profesores que los enseñan, y tú y yo, Aya.
Tenemos que seguir así, ¿de acuerdo?”
Después de escucharle me he sentido bastante avergonzada y desagradecida.
Hasta ahora, siempre había pensado que no sufriría tanto si mi inteligencia fuera proporcional a mi discapacidad…
Cuando iba al colegio, quería ser médico. Cuando estaba en la escuela secundaria, pensaba en graduarme en asistencia social. Cuando empecé en el Instituto Higashi, creía que sería buena idea ir a la Facultad de Literatura.
Aunque he cambiado de opinión constantemente, siempre he tenido claro que quería hacer algo que fuera útil para los demás.
Ahora mismo no tengo ninguna meta especial pero, ¿podría dedicarme a dar de comer a niños que no se pueden mover? Me gustaría que aprendieran a sentir la ternura cogiéndoles de las manos. Me pregunto si al menos puedo ser de utilidad a alguien.
Hace mucho tiempo, Atchan me dijo: “Quizá sería mejor que yo no hubiera nacido”. Me sorprendió mucho. Fue una sorpresa agradable porque eso borraba todo lo malo que se había depositado en mi corazón con tantos suspiros. Yo he pensado lo mismo muchas veces. Pero sabiendo que hay niños que no pueden moverse y que no tienen la oportunidad de pensar eso, no puedo evitar pensar así.
Ya no puedo regresar al pasado. Mi cuerpo y mi mente están tan cansados como un trozo de viejo algodón. ¡Por favor, ayudadme, profesores!
Estaba cansada de llorar, pero he conseguido hacer un ejercicio de contabilidad comercial. ¡Mi respuesta ha sido perfecta! Me siento tan feliz. Aunque no está muy bien que haya tardado cincuenta y cinco minutos en resolverlo.

Fin de año

Ya he escrito mis felicitaciones de Año Nuevo. Solo conocía algunos códigos postales, entre ellos el 440 (de Toyohashi), y dos o tres más. Me he encontrado con muchos códigos postales diferentes este año, en parte porque conozco a muchos alumnos y profesores en el internado. Japón es un país grande.
Todos están ocupados con la limpieza de fin de año, cocinando arroz y yendo de compras. ¿Qué puedo hacer yo? “Aya, te encuentras bien, ¿verdad?”, me ha dicho mi madre.
“¿Puedes limpiar el suelo?”
“Claro.”
Ella ha escurrido los trapos por mí y los ha dejado en el suelo a una cierta distancia.
Estoy perdiendo mi entusiasmo por el Año Nuevo. ¿Por qué no puedo sentirme con ganas y pensar en mis propósitos para el Año Nuevo? He gritado, sintiendo que, de algún modo, estoy bloqueada. Mis valores siguen cayendo.
Un profesor de Higashi nos dijo una vez: “Lo más importante para resolver un problema sobre el japonés moderno es captar cuál es la pregunta y seguirla con la mente abierta. Para ser personas abiertas, no deberíais tener ideas preconcebidas. Para conseguir eso, tenéis que leer muchos libros. Cuanto más
leáis, menos ideas preconcebidas tendréis”.
Sí, yo leeré muchos libros y asociaré todos sus kanji. Acabo de darme cuenta de que la consideración hacia los demás y hacia sus sentimientos también se fomentan a través de la lectura. De vez en cuando, dejo de hablar cuando considero que no pueden entenderme por mucho que lo intente. Muchas veces después lo he lamentado, pensando que debería haber hecho algo diferente. Por eso me sigo deprimiendo.
He decidido escribir mi primera caligrafía del año. He sacado un pincel fino nuevo y lo he mojado en tinta. Es difícil hacer caligrafía sin un modelo. La vida sin modelo es aun más difícil.
Después de practicar un poco, he hecho una buena copia del kanji sunao (dócil).

Trastorno del habla

Me resulta difícil pronunciar las columnas ma, wa y ba del silabario kana y también la n. En clase de química, me han pedido que respondiera a una pregunta. Yo sabía que la respuesta era mainasu (menos), pero no he podido pronunciarla. Mi boca puede adoptar la forma adecuada, pero no puedo pronunciar el sonido. Solo sale aire. Por eso no puedo hacerme entender.
Durante estos días a menudo hablo conmigo misma. Hasta ahora no me gustaba hacerlo porque pensaba que sonaba ridículo, pero creo que ahora lo intentaré más. Es bueno que mi boca practique. Si hay alguien más o no, yo sigo hablando…
He pensado en presentarme como candidata a secretaria del Consejo de Estudiantes. También me presenté cuando estaba en quinto. Habrá un debate público entre los dos candidatos, así que tendré que ensayar discursos. ¡Ah! ¡Tengo muchas cosas que hacer, además de entrenar y estudiar! Estoy metida
hasta el cuello. ¡Cielo santo! Recuerdo haber tenido una gran pelea con uno de mis compañeras en aquellos
días de colegio. Un día, fui a dar un paseo con mi perro Kuma por el parque.
Mi compañera estaba allí con su hermano mayor y su perro. La pelea empezó porque ella azuzó a su perro contra Kuma. “¿Por qué has hecho eso?”, le pregunté. “Porque mi hermano me lo ha dicho”, contestó. Yo me enfadé mucho y le dije: “¿Entonces cometerías un asesinato simplemente porque tu hermano te lo pidiera? Siempre tiene razón, ¿no?” (Es la lógica que mi madre me enseñó).
Sin embargo, ella no detuvo a su perro. Y una gran pelea estalló entre dos humanos. ¡Fue tan feroz! ¡Tan intensa! Yo no me detuve ni siquiera cuando mi cabeza golpeó la acera. Mi hermano pequeño y mi hermana me cubrieron. Sí, con ese poder y ese sentido de la justicia Aya debería aspirar al puesto de secretaria del consejo.
Mi trastorno del habla se está haciendo más evidente. Cuando estoy conversando con alguien, las dos partes tenemos que armarnos de paciencia.
No puedo decir, “disculpa…” cuando quiero pasar por delante de alguien. No puedo tener una conversación normal si la persona con la que estoy hablando no se esfuerza en escuchar. Ni siquiera puedo expresar placer diciendo cosas como “El cielo es hermoso. Las nubes parecen de helado”.
Me siento muy frustrada.
Me enfado.
Me siento deprimida.
Me siento triste.
Y, al final, lloro.

Frustración

Uno de los profesores me ha parado en el pasillo y me ha preguntado: “Aya, ¿te sientes frustrada?”. Me he quedado sin habla. Supongo que lo han deducido a través de mis preguntas, de mis ensayos y de mis dibujos. ¡Pero maldita sea! ¿Cómo han podido tildar a todo lo que hay dentro de mi corazón solo como frustración? De ser una persona sana me he convertido en una persona discapacitada y mi vida ha experimentado un gran cambio por esa causa. Es más, mi enfermedad está avanzando. Ahora estoy luchando contra mí misma. No puedo sentir ninguna satisfacción mientras lo hago. Mientras paso por toda esta preocupación, sé que nada se va a solucionar pidiéndole a alguien que me escuche pero, yo solo quiero que intenten entender cómo me siento y que me apoyen, aunque solo sea un poco. Por eso he hablado con Suzuki-sensei y le he enseñado mis cuadernos con mis pensamientos y preocupaciones. Otros profesores me han dicho que debería reservarlos para mí misma. Pero ni siquiera puedo moverme porque la carga que soporto es demasiado pesada. “¿Parezco una chica que representa a la frustración reencarnada?”, le he
preguntado a mi madre. “Todo el mundo se siente frustrado”, me ha contestado. “Es mejor ser valiente y decir lo que piensas en el acto. Si te preocupas después por lo que te dijeron o por lo que hiciste, los demás
pensarán que siempre estás preocupada por algo”. Sé que no suelo responder rápido. A veces ni siquiera reconozco ante mí misma que soy discapacitada.
Estoy en un pozo de desesperación. Pero, extrañamente, no me siento morir porque creo vendrán tiempos mejores en el futuro…
Jesucristo dijo que vivir en este mundo era una prueba divina. ¿Quería decir que hay que vivir pensando en lo que viene después de la muerte? Debería leer la Biblia.

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