viernes, 12 de noviembre de 2010

Diario de Aya - Parte III [6/6] : "EL COMIENZO DE LA AGONÍA (16 AÑOS)"

Confusión emocional

En clase, le he dicho a A-sensei: “En mis sueños, si enderezo la espalda, soy capaz de caminar vivamente. Le encantaría verme haciendo eso”. “Hasta ahora”, me ha dicho, “solo has tenido que pensar en tus estudios. Pero ahora quizá te resulte difícil encargarte de limpiar y de otras obligaciones”. Después me ha dicho: “Un niño que sufría de distrofia muscular progresiva escribió este poema:
“Dios me obsequió con una minusvalía porque él creía que yo tenía la fuerza para soportarlo”
Se parece a las palabras de Hitler”.

“Bueno”, le he contestado, “en realidad yo he tenido pensamientos absurdos parecidos del tipo “soy un tipo de mutación” o “vivo aquí a costa de mucha gente”. He adoptado muchos puntos de vista y he pensado en muchas cosas diferentes para sentirme mejor”. Después de la lluvia, he visto el arco iris por la ventana. Formaba un semicírculo precioso. Enseguida he subido a la silla de ruedas para salir fuera. “Envidio a la gente que puede ir en silla de ruedas”, ha dicho T-kun. ¡T-kun, voy a poner chinchetas en tu foto! Me han entrado ganas de decirle: “Estás bien porque puedes caminar”. Pero no he podido. Esas palabras quizá hubieran arruinado el hermoso arco iris.
Papá o Mamá vienen a recogerme los sábados. Paso la noche en casa y regreso el domingo por la tarde. Siempre tengo una herida nueva en alguna parte de mi cuerpo cuando regreso a casa. “¿Te caes a menudo?”, me pregunta mamá cuando ve las heridas. “Bueno, soy tan lenta que siempre estoy pendiente del
tiempo”, contesto. “Le he pedido a la jefe de dormitorios que me levante a las cuatro de la mañana para poder estudiar. Si no, no puedo terminar mis obligaciones… Cuanto más prisa intento darme, más rígido se pone mi cuerpo y por eso me caigo”.
Con el lema “¡Caminar todo lo que pueda!” intento usar la silla de ruedas solo cuando salgo a la calle. Cuando tengo prisa o cuando quiero ir a la librería, que está lejos, la uso para ahorrar tiempo.
¡Aceptaré viajar todos los días en silla de ruedas! (Para ser sincera, cuando voy en ella suelo pensar: “Ya está, se acabó. No volveré a caminar nunca más”. Eso hace que me sienta más miserable).
Me he encontrado al jefe de dormitorios en el pasillo. “Buenos días”, he dicho.
“¡Oh! Aya”, ha contestado, “¿vas en sillas de ruedas? Es cómoda, ¿verdad?”.
Ha sido tan frustrante escucharle decir eso. He tenido la sensación de que me ahogaba y apenas podía  respirar.
¿Qué quiere decir con “cómoda”? ¿Cree que me gusta ir en silla de ruedas?
¡No! Lo que yo quiero es caminar. Me angustia mucho no poder caminar.
¡Sufro mucho por eso! ¿Cree que voy en silla de ruedas porque quiero pasar el tiempo?
Tenía ganas de tirarme de los pelos.
Las canas de mi madre cada vez son más evidentes. Quizá sea así porque mi mejora ha dado un paso atrás.

Comprendiendo a los discapacitados

Hoy hemos tenido un pequeño Día del Deporte en el internado. El sol de mayo me ha hecho sentir muy bien. También ha sido el Día de la Madre y el cumpleaños de mi hermana pequeña. Ha sido un día de celebraciones.
He llamado a Emi, mi prima que vive en Okazaki, para pedirle que venga a verme. Quiero que sepa lo desesperadamente que intento seguir viviendo…
Emi y yo hemos estado muy unidas desde la infancia. Solíamos quedarnos la una en casa de la otra en las vacaciones de verano o de invierno y dormíamos en el mismo futón. Ha sido tan simpática que nadie se imagina que todavía esté en el último año de instituto. Tiene los ojos grandes y largas pestañas y suele decorarse el pelo rizado con una horquilla dorada. Llevaba una blusa blanca, una falda acampanada y unas sandalias rojas sin cordones de tacón alto.
Ha venido con Kaori, su hermana pequeña, que a menudo suele ser confundida con un chico.
Hay una zona secreta repleta de tréboles en una esquina del patio. Las tres nos hemos sentado a buscar un trébol de cuatro hojas. Yo quería encontrar uno para regalárselo a mi madre. “¿De verdad vamos a encontrar alguno?”, ha dicho Emi. Yo he contestado lo que llevaba meditando desde hace un tiempo. “Un
trébol de cuatro hojas es solo una versión deformada del trébol de tres hojas, ¿verdad? ¿Por qué algo deforme debería dar suerte?”. Emi ha pensado durante unos minutos y luego ha dicho. “Porque es único”. Quizá tiene razón. No es tan fácil encontrar la felicidad. Por eso nos sentimos felices y decimos “¡qué
bien que lo hayamos intentado!” cuando alguien encuentra uno.
Me he caído esta mañana y me hecho daño. Me ha hecho llorar. Tengo que volverme más fuerte. No sé si ha sido porque tenía prisa o porque iba rápido.
Cuando he intentado mover mis piernas, no lo han hecho y por eso mi cuerpo se ha caído hacia adelante. Me he agarrado al pasamanos, pero no me ha sostenido lo suficiente. He caído con un ruido sordo.
Cuando me llevaban en una camilla a la enfermería por el pasillo, he vislumbrado un trozo de cielo azul. “¡Oh!”, he pensado, “¡hacía mucho tiempo que no veía el cielo azul boca arriba!”. Cuando estaba tumbada en la cama de la enfermería, he vuelto a ver el cielo a través de la ventana. Las nubes blancas se
veían hermosas a medida que cruzaban el cielo azul. En el futuro, siempre que me bloquee, miraré al cielo. En la canción Sukiyaki, Kyu Sakamoto canta, “Miro al cielo mientras camino para que no caigan las lágrimas…” Eso es, ése es el espíritu.
Me he quedado dormida alrededor de una hora. Me sentía mucho mejor, así que me he levantado y he ido al baño (el de estilo occidental). En el baño, se me ha ocurrido que quizá a Auguste Rodin se le ocurrió la idea de “El pensador” mientras estaba sentado en el baño.
Siempre me supera el hecho de que me muevo muy lentamente. Ayer tenía que ir a la biblioteca. Normalmente tardo en llegar veinte minutos por el pasillo de la segunda planta. Cuando llegué no había nadie. Había llegado demasiado tarde. Medio llorando, he cogido “Animales salvajes que he
conocido” de Ernest Thompson Seton. He llorado, incluso aunque sabía que podía llamar al dormitorio por el interfono si me quedaba encerrada en la biblioteca.
Hoy he llegado a las cuatro. El estudiante a cargo me ha echado diciendo: “¡Por favor, vete rápido! Si querías buscar un libro, deberías haber venido antes.”
¡Resentimiento! Me he sentido patética. Soy el doble de lenta que los demás así que no puedo perder el tiempo. Tardo mucho más tiempo en hacer las cosas normales (por ejemplo, lavar la ropa). No es una cuestión de falta de buenas ideas e intenciones.
Hoy hemos ido de excursión al zoo. Ya no me gustan los zoos.
1. La cara triste de un orangután. (He leído que son animales nerviosos que fácilmente se ponen neuróticos).
2. Un chimpancé tirando piedras.
3. Un pelicano que ni siquiera podía pescar.
4. Un avestruz maltrecho.
Ver a todas esas criaturas me ha cansado y deprimido.
Odio el sistema por turnos del dormitorio. Pero no se supone que es necesario porque sin él la convivencia no podría prosperar… Como soy lenta, siempre voy un paso o dos detrás de los demás en cualquier actividad que hacemos juntos.
Para disimular mi lentitud, he terminado de limpiar media habitación antes de ir a hacer los ejercicios de la mañana. Pero cuando he vuelto, la encargada del dormitorio ha dicho de repente: “Aya, ni siquiera puedes limpiar la habitación, ¿no? ¡Pues encárgate de las toallas y de las papeleras del baño!” Me ha frustrado
tanto que no he podido contestarle porque ya había llegado a la conclusión de que no puedo hacerlo. “Perdónalo todo, soportar lo insoportable, aguanta lo inaguantable…”. En cierto sentido, las enseñanzas de Dios me angustian. Es ese modo de pensar el que me hace ser débil. Si pudiera moverme más rápido,
estaría encantada de poder limpiar el baño. Pero no he podido expresar mi opinión claramente. Me he ido de la habitación sin decir nada (aunque he pensado, “¡Estúpida!”).
En cuanto he salido, me he sentido resentida y he empezado a llorar. La jefe justo pasaba por ahí y me ha dicho: “Aya, no deberías llorar si vives en una comunidad como ésta”. ¿Qué puedo hacer?
He ido a casa. He limpiado la jaula de los periquitos. Cuando estaba caminando, he notado un ligero dolor en el lado interno de la cadera. He suspirado, pensando que mi importante pierna izquierda iba a derrumbarse…
Me he sentido horrorizada al contemplar el movimiento antinatural de mi mano izquierda (los cinco dedos se mueven individualmente cuando abro la mano o cuando los doblo). Además me duele el lado izquierdo del pecho, las articulaciones de los brazos y la nalga derecha. Quizá me hice daño cuando me
caí. Debería ponerme otra cataplasma.
Me arden la pierna derecha y la rodilla… Cuando al fin me he metido en la bañera, me he dado un golpe en la pierna, murmurando: “Me golpeo la espalda y los hombros cuando me caigo. ¡Pobre cuerpo, todo magullado!”.
A partir de hoy, trataré de caminar diez minutos todos los días. ¡Aquí estoy desafiándome a mí misma a ver cuánto soy capaz de caminar! Si sigo así, no seré capaz de alcanzar erguida los 1,2 metros cuando esté en tercero. Le he pedido a uno de los alumnos que me enseñe las fotos de la excursión de tercero. Me pregunto si seré capaz de ir el año que viene.
Para poder entender que soy una discapacitada:
- Renunciar. Tengo que conocer mis limitaciones y admitir que tengo una minusvalía. Haré un esfuerzo desde ese punto de partida.
- Olvidarme de mi pasado sano. En mis sueños puedo correr. Según “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud, siento un deseo irrefrenable (por supuesto).
Mañana es el día de nuestra interpretación de danza. Todavía no tengo muy asumido lo de ser discapacitada, así que he intentado bailar maravillosamente.
En realidad, creo que esa idea es errónea. He ensayado mucho pero no me ha salido muy bien.
Mientras volvía hoy, sintiéndome destrozada, el motor de la silla de ruedas ha empezado a sonar como si también estuviera sufriendo. “¿Tanto peso? Lo siento. ¡Aguanta!”. Me siento responsable por mis treinta y cinco kilos de peso.
¿Hoy me siento animada? Ni hablar. Estoy haciendo mis tareas porque no puedo hacer otra cosa. He hecho los ejercicios de la mañana, he comido, he lavado algo de ropa, he sacado la basura, he pasado lista… La jefe ha dicho:
“Por las mañanas siempre estamos ocupadas, ¿verdad?”. Me hubiera encantado responderle tranquilamente: “Yo estaré ocupada toda mi vida”, pero mi cara se ha congelado.
Creo que solo cuando caminan, los seres humanos pueden considerarse como tales. Por ejemplo, el presidente de una compañía piensa en modos de conseguir más dinero caminando de un lado a otro del escritorio. ¿Y quizá por eso los amantes a menudo hablan de su futuro mientras caminan juntos?
Los ojos de Suzuki-sensei me recuerdan a los de un elefante; a una deidad guardián en India. Un elefante lo sabe todo. Me encantan esos ojos amables.
Hoy he estado soñando despierta en clase. ¡He recordado cómo me regañaba la profesora por correr por los pasillos y mover las mesas cuando estaba en primero de primaria! He recordado cómo un chico recibió azotes por saltar al pasillo a través de las ventanas de la clase. Yo nunca hice nada así. Me limitaba a mirar sonriendo. Debería haber hecho cosas así mientras podía. He saltado por la ventana… No había nadie. Todo estaba silencioso. Solo estábamos la ventana y yo. “¡Thump!” “¿Qué estás haciendo? Es peligroso”. La enfermería ha tenido que ayudarme otra vez. A-sensei se ha referido a mí como “la chica que se hace daño a sí misma”. Ha sido doloroso pero tengo la satisfacción de haber salido por la ventana aunque lo haya hecho arrastrándome.
No volveré a hacerlo.
Esperaba que mi cuerpo se moviera con más facilidad a medida que hiciera más calor. Pero en realidad, estoy empeorando. Esperaba poder acudir al hospital de nuevo en verano para probar alguna nueva medicina, así que fui.
Frías palabras… No podré ingresar en el hospital durante el verano porque no hay ninguna nueva medicación… ¡Siento que hasta la ciencia se ha rendido conmigo! Ha sido como si empujaran desde un precipicio. Ahora estoy llena de desesperación. Es como si me hubieran dado en la nuca con un martillo…

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