Capítulo 01/--: Presentación
Resumen:
¿Qué pasaría si un día común y corriente sientes deseos por estar con una persona que en menos de veinticuatro horas conociste?
¿Qué pasaría si te das cuenta que no solamente te gusta una persona sino dos, y para colmo a tu entender, viven juntas?
Todo irá bien, hasta el momento de decidir por uno de ellos, los cuales a su vez, tienen sentimientos demasiados fuertes con Yuya Tegoshi.
Ikuta Toma vs Ryo Nishikido... tienen un secreto, ¿cuál?
Pronto Yuya se dará cuenta, poniendo en su balanza, lo bueno y malo de ambos, y tomar una decisión sobre qué hacer de su vida.
Capítulo 01:Presentación
Un
día soleado como cualquier otro. No. No era como cualquier otro. Ese
día era la gran inauguración del nuevo centro comercial que se
encontraba en pleno Tokio. Como ya era costumbre en su rutinaria vida,
cada nuevo local que se habría con su prestigiosa marca de ropa para
hombres, el mismísimo Yamashita Tomohisa, director y gerente general de
su compañía, seleccionaba a sus empleados, además de hacer presencia en
aquellos lugares, donde la muchedumbre se amontonaba para ver sus
exclusivos diseños. Por un lado, hombres celosos de su persona, debido a
la gran reputación que tenía entre las mujeres, considerándose, uno de
los pocos de su género, que podía conquistar desde una pequeña niña
hasta una anciana, con una simple sonrisa. Obviamente, admirado por el
sector femenino, aunque sabían que, la relación más cercana que podían
llegar a tener era de empleada-gerente. Yamashita era un hombre con
todas las letras, aún así, su mala experiencia con una mujer hizo que se
diera cuenta que verdaderamente, amaba a los hombres, y por supuesto
una relación incondicional a su negocio.
Con su nuevo diseño de camisa a cuadros,
llevándola puesta, zapatillas blancas y un par de jeans apenas rasgados
en ambas piernas, mostraba ese toque de informalidad en su persona,
mientras comenzaba la selección de su personal para el nuevo local a
punto de abrirse. Aunque siempre andaba de traje, cada vez que
realizaba una entrevista, decidía hacerlo de una manera informal para
que sus entrevistados, no sintieran la presión en el momento en que él
preguntara sobre sus inquietudes referidas a su curriculum vitae, o
simplemente, curiosidades sobre su vida cotidiana. En cierta forma,
sentía que así, vestido de manera simple, era ponerse en su mismo nivel
jerárquico. Después de todo, la mayoría de sus empleados tenían o
rondaban su edad. Demás está decir que, ropa de hombres, sus
entrevistados eran… hombres.
—Entonces usted me está diciendo que quiere
trabajar aquí para darle celos a su… ¿novio? —preguntó Yamashita a su
entrevistado después de que pasaran más de cien personas con
anterioridad sin convencerse con ninguna para el puesto—. ¿Podría
explicarme cómo es eso? Generalmente la gente viene desesperada en busca
de empleo pero usted… —cruzó su pierna derecha por encima de la
izquierda, dispuesto a escuchar su respuesta. Sonrió, negándose a sí
mismo—. No lo entiendo… Cuénteme porque no lo entiendo. —inquirió.
—S-sí… Bueno… —balbuceó el joven—. Creo que
puedo ahorrar tiempo en mi explicación creyendo que deduce que me
gustan los hombres… Que aquí solo trabajan hombres —agregó, suspirando
mientras sus ojos buscaban los suyos en modo de confianza, obteniendo
una afirmación con un movimiento sutil de cabeza por parte del dueño—.
Señor Yamashita, la verdad es que llevamos más de seis años de pareja y
siento —negó rotundamente—, sé que me está engañando, lo amo, lo amo más
que a nada en el mundo y por más charlas que tengamos, siempre volvemos
al punto de partida —suspiró tomando un poco de aire—. Quiero darle
celos para que se dé cuenta que puede perderme, aunque dudo que pueda
alejarme de él por más que me engañe —se sinceró, apartando su mirada de
la suya sintiendo cómo algunas lágrimas rebeldes atinaban a escaparse
de sus ojos.
—Lamento decirle —posó una de sus manos
sobre su hombro derecho, llamando su atención—. Que no puedo contratarlo
por ese motivo—tomó su mano entrelazándola con la suya —. Pero
observando su curriculum, viendo la ropa que lleva puesta, ¡oh por Dios!
¡Hasta sus anillos combinan con su vestimenta! —los ojos de Yamashita
se abrieron tan grandes al darse cuenta de aquel detalle logrando una
pequeña sonrisa en su entrevistado. El joven llevaba un jeans rosado,
una remera del mismo color la cual en el centro tenía una frase en
latín—. Eram quod es, eris quod sum —dijo, sonriendo.
—¿Eh? —lo miró sin entender.
Yamashita le dedicó una sonrisa, palmeando su cabeza.
—“Yo era lo que tú eres, tú serás lo que soy”, eso es que dice allí —señaló su remera causando una pequeña risa en el joven.
—¿Sabe latín?
—Latín, francés, portugués, algo de
italiano y español y por supuesto, inglés —sonrió—. Algunos dicen que
por mi gran variedad de idiomas tranquilamente podría ser el sucesor del
Papa—agregó entre risas, levantándose de su silla—. Bien señor… —tomó
su curriculum que se encontraba sobre el escritorio, miró la primera
hoja y continuó hablando—. Yuya Tegoshi —lo miró nuevamente, observando
cómo sus cabellos rubios resaltaban sus ojos, mostrando en ellos
sensibilidad en busca de un refugio. Observó también el reflejo de su
alma queriendo sincerarse con su persona. Yamashita sonrió, acercándose
al joven—. Mañana a las nueve lo quiero acá, sea puntual —Yuya lo miró
sin entender a qué se refería—. Mañana empieza a trabajar, y por favor,
venga vestido como lo hizo hoy, la combinación es lo primordial en la
venta de ropa, y si es posible, use este mismo perfume, le sienta bien
Yuya —agregó, palmeando su hombro. Yuya no sabía qué hacer. Abrió su
boca queriendo emitir algún sonido, pero ni palabras tenía para lo que
acababa de oír—. Con un “gracias” estaría bien, aunque prefiero que lo
diga más adelante —se acercó a su oído—. Cuando la frase que lleva en
su remera se cumpla, créame que voy a querer un gracias de su parte —le
susurró, alejándose apenas de su rostro para guiñarle un ojo divertido.
Yuya sin aliento, fijó su mente en aquellas
palabras, grabándoselas, queriendo encontrar una explicación a lo que
ahora su jefe, le había dicho.
—No entiendo… —respondió intentando darle sentido a su significado.
—No hay nada que entender —respondió
Yamashita, acomodando el escritorio—. Hay cosas que es mejor dejar que
la vida te las muestre, sino todo sería fácil y aburrido, ¿no?
—Sí pero…
—Nada de peros y no te tortures —rió
bajito—, Yuya —se volteó mirándolo, observando sus facciones ante el uso
de su nombre de pila—, tienes veinticinco años, ¿verdad?
—Sí —respondió sin moverse de su asiento, clavando sus ojos sobre los suyos mientras intentaba entender aquello que le decía.
—Yo tengo tres años más que vos, aún así no
me hace ni más ni menos inteligente que vos, pero —metió sus manos en
los bolsillos delanteros de su jeans—. La vida me ha dado varios golpes y
muy duros que me hicieron crecer de repente, hasta mis amigos más
íntimos dicen que parezco de cincuenta años por la manera en la que
hablo —rió, recordando los encuentros que llevaba a cabo con ellos,
siempre y cuando tuviera tiempo de recreación—. Y sin embargo acá
estoy, feliz por mí, por mi trabajo y por la gente que me rodea
—suspiró, tomando su abrigo de cuero que permanecía colgado en uno de
los percheros de los probadores, pausando su monólogo por escasos
segundos. Yuya sonrió al ver dónde lo había dejado, volviendo a su
rompecabezas de palabras una vez que Yamashita se encontraba fuera—.
Solo voy a decirte una cosa —se acercó al joven, posicionándose bien
enfrente suyo, observando el nerviosismo en el menor—. Nunca me equivoco
con la gente que elijo, sé que vas a ser merecedor de muchas cosas —se
alejó, buscando las llaves del local que se encontraban dentro de su
campera—. Tomá —se las dio al hallarlas—. Mañana a las nueve, sé puntual
—recalcó.
—G-gracias… —respondió el menor, aún más
confundido de lo que ya estaba. Sólo podía sentir cómo las palabras de
su superior, rondaban por su cabeza y cómo el nerviosismo invadía su
cuerpo. Suspiró intentando relajarse al ver que su objetivo o más bien,
parte de su objetivo estaba cumplido. Esbozó una pequeña sonrisa,
poniéndose de pie—. Voy a dar lo mejor de mí—inclinó su cuerpo haciendo
una reverencia hacia su jefe.
—No lo dudo.
—Muchas gracias, no voy a defraudarlo,
aunque… —lo miró con aire dubitativo—. ¿Por qué yo? Digo, ya le dije el
porqué quiero trabajar, además en mi curriculum no se destaca nada fuera
de lo normal, excepto que tengo una gran admiración por su indumentaria
y que me gusta combinar hasta los accesorios, como usted bien vio hasta
mis anillos hacen juego—sonrió—. Aún así, varias personas que he visto
entrar antes, básicamente tenían lo mismo que yo.
—No tenían tu color de cabello —lo despeinó.
—¿Qué?
—Cuando tenía veinticinco años como vos,
quise teñirme de rubio, pero no me animé—se hincó de hombros—. Quién
sabe, quizás me acordé de mí al verte —lo miró fijo—. Definitivamente a
mí no me habría quedado así de bien —sonrió.
Las luces del local se apagaron, dando por
finalizada la jornada de entrevistas. Yamashita subió a su coche BMW que
se encontraba en un estacionamiento privado a metros del centro
comercial, yéndose de aquel sitio en pocos minutos. Por otro lado, Yuya
comenzó a caminar hasta su departamento el cual se encontraba a tan solo
cinco cuadras de su ahora, trabajo. Intentó llegar a alguna respuesta
sobre la charla enigmática que mantuvo con su jefe. Suspiró al llegar a
la conclusión que era mejor dejar de pensar, tomarse un baño e irse a
dormir. Eran casi las ocho de la noche, un día largo haciendo cola para
conseguir una entrevista. Sonrió al recordar el color que quería teñirse
Yamashita cuando tenía su edad. Al menos en su mente, le quedaba mal.
Abrió la puerta, palpando la pared a su
lado hasta dar con el interruptor de la luz. La encendió y miró
rápidamente su departamento. Tan vacío como él se sentía en ese momento.
Suspiró dirigiéndose al baño, tomando una ducha que no duró más de
quince minutos. Se miró al espejo, arreglándose un poco su cabello y fue
directamente a su cuarto, tirándose de lleno sobre su cama de dos
plazas. Agarró una de las dos almohadas que tenía, y la abrazó inhalando
el perfume que se encontraba en ella.
—Amor… —murmuró, cerrando los ojos debido a
la relajación que la ducha le había dado—. No me dejes —susurró,
quedándose completamente dormido.
La alarma de su teléfono celular sonó a las
siete y cuarto. Bostezó refregándose los ojos, intentando esquivar la
claridad de la mañana que entraba por una pequeña parte de la ventana
que la cortina no cubría. Dio un par de vueltas sobre la cama, sin ganas
de levantarse, pero nuevamente el sonido de su teléfono celular -esta
vez por un mensaje de texto-, hizo que sus ojos se abrieran por
completo, despabilándose.
—Veamos… —murmuró tomando el aparato para
leer el mensaje recién llegado. Yuya tomó aire largándolo bruscamente
mientras tipeaba rápido la respuesta del mismo—. Sí claro, te quedaste
durmiendo en la casa de tu madre —se respondió a sí mismo, mientras
presionaba el botón de enviar en el móvil.
Yuya procuró que al menos, ese día, su
primer día de trabajo se llevara a cabo normalmente. De seguro una larga
cola esperaría por su presencia en el nuevo local, por lo que
mínimamente tendría que mostrar una bella sonrisa. Se masajeó las
mejillas, ya le dolían de solo pensar cómo quedarían por sonreír.
Después de un profundo suspiro, se dedicó a elegir la ropa perfecta para
comenzar el día. Abrió su armario indeciso por no saber qué ponerse,
hasta que halló un par de jeans negros bien ajustados, una remera blanca
con una calavera como dibujo en medio de ella, terminando por colocarse
sus botas preferidas en el mismo tono que su pantalón. Una vez listo,
observó su reloj, llamándose la atención de sí mismo por el poco tiempo
que había tardado en cambiarse.
—Increíble de mí —se dijo, abriendo un
alhajero que se encontraba sobre su mesita de luz, sacando de allí dos
anillos en forma de calavera junto con un par de aros con la misma
forma. Se miró al espejo cuando terminó de colocárselos, dedicándose a
sí mismo una sonrisa—. Perfecto —se dijo, tomando un pequeño bolso
negro el cual se lo colocó sobre su hombro. Tomó las llaves, apagó las
luces y salió del lugar, no sin antes fijarse dos veces si la puerta
había quedado bien cerrada.
Mordió su labio inferior al llegar a su
lugar de trabajo. Se sobó la panza. Tenía hambre por no haber
desayunado. Miró su reloj, faltaban aún veinte minutos para dar
comienzo a su jornada. Yuya se quedó mirando la vidriera de su negocio
antes de ingresar en él, mientras pensaba que quizás sería mejor
desayunar allí todos los días, al menos podría ver gente pasar y no
sentirse tan solitario en las mañanas.
—Wooooow…. —el rubio se dio vuelta al oír un pequeño silbido.
—Todavía no es la hora, está cerrado hasta
las nueve si es que desea comprar algo —sin terminar la frase, la
persona que se encontraba enfrente suyo negó con su cabeza.
A simple vista, era un joven prácticamente
de la misma edad que Yuya. Morocho, con una figura esbelta y una sonrisa
contagiosa. Al menos, luego de negar sonrió, contagiando al rubio con
el mismo acto.
—Ikuta Toma, un placer —estiró su mano,
estrechándola con la suya—. Perdón por el silbido, pero tu perfume… ¡Me
encanta! —dijo, acercándose a su cuello, oliendo con detenimiento—. Hmm…
es francés ¿no? ¡No, espera! —volvió a inhalar su fragancia perdiéndose
en ella, mientras tanto Yuya inmóvil y ruborizado no sabía qué hacer—. Versace Pour Homme, rico aroma —agregó, separándose escasos centímetros de su lado.
—¿C-cómo sabes? —Yuya quedó anonadado ante su respuesta, sobre todo ese acento francés que le dio al responderle.
Ikuta señaló el negocio que se encontraba enfrente al suyo.
—Trabajar en una perfumería te da ciertos
privilegios al conocer a las personas —le guiñó un ojo divertido. Yuya
sólo sonrió—. ¿A propósito cómo te llamas?
—Yuya Tegoshi, soy nuevo aquí.
—Lo sé, es lógico, esta tienda es nueva.
Aunque hace una semana de la inauguración de este centro comercial, este
local abre recién hoy, ¿verdad?
—Así es —sonrió, abriendo la puerta de su negocio—. Ikuta-san, ¿usted sabe dónde puedo pedir un buen café?
Ikuta negó con su mano.
—Primero, tuteame. Ikuta a secas está bien,
sino me haces sentir viejo y ¡no soy viejo! —sonrió—. Y segundo…
—acercó su rostro al suyo fijando sus ojos—. ¿No desayunaste no?
—¿Acaso también trabajas en una cafetería?
—preguntó apoyando sus manos sobre su pecho tomando distancia, mientras
le dedicaba una sonrisa.
—No —respondió enseguida—. Pero el noventa
por ciento de los que trabajan en este centro comercial, desayunan acá
mismo—¿Quieres desayunar conmigo Tegoshi-san?
—Tegoshi está bien, Ikuta —sonrió, entrando
por fin dentro de su local, encendiendo todas las luces del mismo—. Me
agradaría pero tengo que trabajar y… —Yuya se dio vuelta encontrando a
Ikuta silbándole a una moza que pasaba por un local cerca de allí. Rió
risueño.
—¿Café con leche con dos medialunas está bien?
—Sí, está bien, y con azúcar por favor —vio
cómo Ikuta prácticamente le gritaba a la pobre chica que no hacía más
que tomar su pedido—. Así que le silbas a todo el mundo… —rió, dejando
su bolso detrás del escritorio.
—Erika me ama, aunque no es mi tipo —dijo tomando asiento en una de las sillas que había enfrente del escritorio.
—No es tu tipo…—murmuró entre suspiros
tomando asiento enfrente suyo—. ¿Y cuál es tu tipo, Ikuta? Simple
curiosidad —preguntó apoyando sus codos encima de la mesa, mientras con
una de sus manos sostenía su cabeza.
El morocho se hincó de hombros mirándolo.
—No sé, nunca me enamoré—los ojos de Yuya se abrieron grandes como platos, creyendo que explotarían.
—Imposible, ¡cómo que nunca te enamoraste! —clavó su mirada sobre la del morocho.
—Noooop, creo que es un tema delicado.
Simplemente tengo la teoría que cuando me enamore, me voy a enamorar de
verdad, sobre todo porque quisiera compartir con alguien lo que me pasa…
—sonrió forzadamente mirando hacia la puerta.
—¿Qué le… te pasa Ikuta? —se corrigió mirándolo intrigado.
—Hmm nada en especial —respondió cambiando
de tema rápidamente—. Perdón por meterme acá, solo que mi negocio abre a
las nueve y treinta y bueno, ya que vas a desayunar… —sonrió jugando
con sus manos por encima del escritorio.
—No hay problema, a mi no me gusta
desayunar solo, así que viene bien algo de compañía —dijo Yuya,
observando a la mesera del centro comercial entrar a su negocio, dejando
el pedido. Yuya le pagó su parte correspondiente, la cual fue devuelta
al instante por Ikuta quien pagó ambos desayunos.
—Gracias, señorita —le sonrió viéndola irse.
—Ikuta, no hacía falta que pagaras.
—Esta vez invito yo, después de todo te estoy usurpando tu lugar de trabajo.
Yuya le sonrió, saboreando su desayuno.
—¡Está muy rico!
Ikuta asintió, sobándose la panza una vez terminado. Miró su reloj percatándose de la hora. Debía abrir su local.
—Bueno tengo que… irme… —dijo desganado.
—Mañana si quieres volvemos a desayunar juntos —agregó Yuya sin perder la sonrisa.
—Con gusto aunque… —Yuya lo miró —. Tengo
una entrevista esta noche y viendo tu atuendo y dónde trabajas… ¿Me
darías tu opinión sobre la ropa que voy a ponerme?
El rubio lanzó una carcajada, asintiendo de manera afirmativa a su pregunta.
—¿Cuándo necesitas qué la vea?
—A las nueve de la noche cierro, así que si
no te comprometo y no estás apurado… —Toma lo miró con nerviosismo,
levantándose de su asiento.
—A las nueve me parece perfecto, ¿tienes la ropa acá?
—S-si, de acá me voy derecho.
—Qué tarde tienes la entrevista… —Yuya sonrió pícaramente, recibiendo una sonrisa llena de nerviosismo por parte de Toma.
—Largo de explicar pero sí, es tarde. ¿Entonces puedo venir?
—Claro, además —señaló los vestidores con su dedo índice—. Puedes cambiarte allí.
Toma hizo una pequeña reverencia yéndose del local.
La jornada laboral pasó relativamente
tranquila. Yuya pensó que su día iba a ser demasiado catastrófico, y
aunque las ventas fueron de sumas incalculables, muy poca gente había
pasado por allí. Sonrió para sí, cada vez que miraba hacia la puerta
encontrándose con la figura de su primer conocido, vendiendo o
simplemente saludándolo cuando no tenía clientes. Mientras cerraba la
caja, haciendo un recuento de lo vendido, suspiró quizás por la
esperanza que sentía por ver entrar a su novio, observando sus celos
mientras él le contaba los piropos que había recibido por parte de los
clientes hasta plata de algunos por pasar una velada con ellos. Pero no,
nada de lo que su mente imaginaba había pasado. El golpe del vidrio
perteneciente a la vidriera lo había sacado de su ensimismamiento.
—¡Ikuta! —exclamó haciendo un movimiento de manos para que entrara—. ¿Y bien? ¿Cuál es la ropa?
—¡La ropa! —se dijo a sí mismo—. ¡La olvidé
dentro del local! ¡Ya vengo! —salió corriendo en su búsqueda provocando
una risa por parte del rubio.
Yuya no podía parar de reír, pero al ver
quién entraba seguidamente de la salida de Ikuta, su sonrisa se borró
por arte de magia.
—¿Qué haces a esta hora acá?
—¿Quién era ese tipo?
—¡Contéstame lo que te pregunté! —le gritó, seriamente.
El joven que recién acababa de entrar, golpeó con fuerza su escritorio, con el puño cerrado.
—¡¿Quién carajo era ese tipo?! ¿Con él me engañas, no?
—¿Qué estás diciendo? ¡Yo no te engaño con nadie!
—¡Mentís! ¡Mentís! —elevó su voz, clavando
su mirada sobre los ojos del menor, sintiendo éste cómo con su sola
presencia, se sentía controlado incapaz siquiera de poder gritar y pedir
ayuda—. Te llamé, te mandé mensaje de textos pero no contestaste…
Yuya metió la mano en sus bolsillos.
—No lo traje, lo dejé en mi departamento.
—¡Mentis! —le gritó, provocando un sollozo por parte de Yuya.
—¡No te miento! ¡Me lo olvidé!
—Lo hiciste a propósito, para que no me enterara de tu engaño sos un… —lo tomó de sus cabellos con fuerza, sacudiéndolo.
—¡Me haces mal! ¡Pará! —se quejó queriendo zafarse de su agarre.
—¡Sos una puta! ¡Una puta barata! —le gritó
enfrente de su cara. Dejándose llevar por su ira, levantó su mano
viendo cómo el menor lloraba mientras cerraba sus ojos—. Sabes que te
pasa cuando me mentís ¿no?
—N-no, me pegues… No… te mentí… —susurró
temblando, abriendo sus ojos al no sentir el golpe proveniente de su
pareja sobre su rostro, sino más bien una queja por su parte—. Iku…ta…
—jadeó, mirándolo, anonadado— ¡No le pegues! ¡No le pegues! —intentó
separarlo, pero el morocho lo mantenía sujeto del cuello por detrás.
—¡Estabas a punto de pegarle! ¡Te vi! ¡No
sé quien sos pero para que sepas…. —Toma sujetó sus manos con fuerza
mientras lo seguía tomando por el cuello—…que este es un lugar familiar!
—miró a Yuya, viendo con detenimiento el reflejo en sus ojos. Aquellos
ojos hablaban por sí mismos, el querer parar todo pero sin que nadie
salga ileso, el querer defenderse por sus propios medios, la sinceridad
absoluta… Esos ojos que Toma estaba viendo no eran más que un alma
pidiendo socorro. Aún así, lo que había visto antes de entrar, no podía
dejarlo pasar. Suspiró, tironeando el cuerpo del hombre que había
ingresado bruscamente, sacándolo de aquel sitio. Con un grito, llamó a
la seguridad que se encontraba en la puerta de aquel gran centro—.
Lléveselo —le dijo al guardia, después de explicarle la situación.
Entró nuevamente encontrando a Yuya más débil de lo que ya
estaba—Tranquilo… —susurró, abrazándolo con fuerza. Lentamente, los
brazos de Yuya rodearon su cuerpo.
—N-no era así… No tenía que pasar esto…
—susurró entre sollozos, aferrándose todo lo que pudo al morocho,
sintiendo sus puños cerrados mientras sujetaba su remera—. ¿Por qué me
hizo esto?
Toma acarició sus cabellos, intentando calmarlo.
—Creo que no es momento de preguntarte quien era, pero… —suspiró, acariciando toda la extensión de su espalda—. ¿Dónde vives?
—¡¡¿Qué?!! —Yuya alzó su cabeza rápidamente para así mirarlo. ¿Acaso le estaba hablando en serio?.
—Perdón por ser tan directo, pero así no
pienso dejarte, voy a estar tranquilo si te acompaño hasta tu casa —Yuya
negó con su cabeza—. ¿Ocurre algo?
—Él tiene llave de mi departamento
—suspiró—. Es lo mismo que meterme a la boca del lobo— dijo, calmándose
de a poco— Gracias igualmente, Ikuta.
—¿Entonces dónde vas a pasar la noche?
—En algún hotel no te preocupes…
—Puedes venir a mi departamento si quieres —le sonrió, acariciando con delicadeza su mejilla.
—No quiero molestar…
—No es molestia.
—Pero… —Yuya cerró los ojos, un dolor
punzante golpeaba en el interior de su cabeza, miró a Ikuta lo veía
borroso. Escuchó su voz distante mostrando su desesperación en ella,
aunque por la calidez de su agarre, sabía que tenía su cuerpo rodeado
con sus brazos—. Ikuta… —musitó con los párpados cerrados.
Se estiró en la cama sintiendo que había
dormido demasiado. Inhaló el aroma que se desprendía de la almohada que
estrechaba entre sus brazos. Sus ojos se abrieron debido al susto que
sintió. Aquel aroma no era de su pareja. Sentado en la cama, miró a su
alrededor. No era su habitación.
—¡¿Dónde demonios estoy?! —se preguntó,
mostrando en su voz, lo asustado que se encontraba. El rechinar de la
puerta abrirse aumentó su desesperación—. ¿Quién sos? ¿Dónde estoy?
—tembló, aferrándose a las sábanas al ver que aquella persona que
entraba, no la reconocía.
—Nishikido Ryo —respondió, agregando una
sonrisa en su rostro a modo de tranquilizarlo. Llevaba puesto un traje
gris, debajo de éste una camisa blanca con pequeñas rayas verticales en
color celeste—. No te asustes, soy un desconocido para vos, pero no para
el dueño de casa —agregó a su respuesta, dejando sobre el borde de la
cama, una bandeja con un jugo exprimido junto a dos tostadas con
mermelada.
—¿Qué hora es? —preguntó al ver el
desayuno, percatándose el mismo Yuya al ver su propio reloj—. ¡Son las
cinco de la mañana! —se quejó mirando a su acompañante—. ¡¿Dónde carajo
estoy?! —repitió más que impaciente por obtener una respuesta.
—¿Yuya Tegoshi, verdad? —el rubio asintió—.
Soy un amigo de Ikuta Toma, de hecho esta es su casa, bueno la de ambos
—rió, cerrando la puerta, apoyándose en ella mientras lo miraba—. En
realidad, mientras él trabaja yo le usurpo su departamento y
viceversa—suspiró—. Una relación rara que mantenemos, todo sea por
reducir gastos —agregó, abriendo uno de los cajones del armario que se
encontraba sacando de ella una corbata azul cobalto. Se la acomodó sobre
su camisa, sonriéndose al verse ante el pequeño espejo que se
encontraba colgado del lado externo del armario—. ¡Ah! Por cierto…—urgó
entre el mismo cajón, sacando un juego de ropa el cual contenía un par
de jeans junto a una remera blanca—. Toma… tu ropa ya está limpia —Yuya
abrió los ojos lleno de sorpresa cuando el morocho depositó aquella
vestimenta a su lado—. Estaba… sucia… para no dar más detalles —sonrió,
terminando de acomodarse su traje.
—Pero si esta ropa es la que usé… ayer…
—el menor la miró por todos lados sin salir de su sorpresa.
Definitivamente, era su ropa—. No me digas que… —se observó así mismo
viendo que solamente llevaba consigo su ropa interior. Como un acto
reflejo, tomó las sábanas envolviéndose en ellas. La vergüenza lo
invadía y eso se reflejaba en el tono rojizo en que sus mejillas se
teñían.
—No pasó nada, solo que tu ropa estaba
sucia y tuve que lavarla —contestó el mayor entre risas, al ver las
acciones de Yuya ante tal hecho—. Ahora me tengo que ir, Toma debe estar
por llegar —se acercó apenas a su lado—. Por favor desayuna, Toma me va
a matar si no lo haces —sonrió, acariciando dulcemente sus cabellos.
Ryo hizo una reverencia antes de retirarse, pero una pequeña queja hizo que volteara para ver el esbelto cuerpo del menor.
—Toma te va a contar todo cuando regrese.
Por favor Yuya, no hagas locuras, vístete, desayuna y descansa hasta que
mi amigo regrese, ¿sí? —le dedicó una sonrisa, observando cómo
paulatinamente, el menor se acostumbraba a aquel ambiente.
—Gracias —respondió—. Gracias,
Nishikido-san —agregó, largando un profundo suspiro mientras esperaba la
llegada de aquella persona a la cual además de agradecerle, debía
preguntarle varias cosas. Intentó recordar, pero lo único que conseguía
eran imágenes esfumadas sobre la pelea con su novio y el cálido abrazo
por parte de Toma. Una pequeña lágrima comenzó a descender por su
mejilla izquierda, mientras se dedicaba a desayunar, tal como le había
dicho, el joven que se acababa de ir.
¿Quién era realmente Nishikido? ¿Por qué
estaba ahí en vez de Toma? Algo en aquellas palabras del joven, no le
cerraban en absoluto. Algo estaba pasando. Algo había pasado en el lapso
de las nueve de la noche hasta las cinco de la mañana. Yuya suspiró.
—Nishikido-san… —murmuró mientras mordía una de las tostadas—.
Llevaba el mismo aroma que Ikuta… —se dijo, provocando aún más dudas que
certezas en su mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario